martes, 10 de diciembre de 2013

Ivy

Era casi invierno y la soledad cada día parecía más real, el miedo era cada vez más paralizante y los ríos se desbordaban tratando de ocultar a los suicidas que yacían en sus aguas. Fueron esos tiempos los que me llevaron a aquél lugar, ahí donde le conocí. Donde mi vida que había acabado hacía tan poco, iniciaba de nuevo sólo para terminar unos meses después con un estruendo aún más ensordecedor.



Y yo, salvaje y perdida en mí misma y a la vez alejada de mí, caí en su juego. Sus brillantes ojos de carroñero me hipnotizaron, no habría podido huir aunque lo hubiera querido, ya me tenia atrapada en su juego perfecto. Pero se sabe que nunca quise hacerlo, en cierto modo... quería aquello aun sabiendo las posibles consecuencias que después tendría.

 La oscuridad es parecida a los abismos: impresiona, te atrae a la vez que asusta, quieres asomarte, estar cerca de ella, pero a la vez no, si la ves de frente siempre dan ganas de caer a lo más profundo y si eres lo suficientemente inconsciente y libre, das un paso adelante .Así fue él: un cuervo lleno de tinieblas, un abismo en el cual caer porque se presiente que al final de éste el dolor desaparecerá. Pero no siempre "Mi cuervo fue una mezcla perfecta del cielo y del infierno, me hizo un tanto feliz para después picotearme el alma y alimentar su penumbra con mi agonía. Siempre estuvo sediento de complacencias al precio que fueran, recolectaba almas para zurcir su trono ">Sin embargo no era malvado, no pretendía serlo, su ser era así. Siempre supe que en sus actos no había malicia, aunque pudiera parecer lo opuesto.

Al final, el ave de la muerte voló lejos y yo morí un poco más.

">Aprendí de él, supe que nunca debes acercarte demasiado a un carroñero y mucho menos mirarle a los ojos. También que todos los cuervos mienten

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© Cuaderno de heroína
Maira Gall