sábado, 15 de junio de 2013

Con los ojos en la espalda

Siempre me consideré una persona más bien mediocre, algo bipolar, legal y despreocupada. Al menos cierto tiempo de mi vida. Creo que todo cambio en algún punto, no se bien cual.

Siempre había conseguido lo que había querido, no podía ser mas dichosa. Y sin embargo el vacío.
Tenerlo no era verdadera felicidad, y llegaron  más factores aún, retorciendo todo.

Imagina un paquete, un paquete enorme, que te dan en el que tu crees que hay estará el regalo que deseaste, y te encuentras que no hay nada, que esta vacío. Sentir que alguien te ha engañado, se ha burlado de ti, es jodido, pero darte cuenta de que te has engañado a ti mismo no tiene comparación. Más vale que te sepas reír.

Lo peor de todo, creo que empezaba a ser la sensación de monotonía. Esa textura de días grises. No estaban cubiertos por nubes, o hacia sol o mal día, no era Lunes, Miércoles o Domingo. Era gris. Me despertaba por las mañanas desganada, y aveces me preguntaba si merecía la pena. La respuesta era una amenaza de algo o de alguien. Me despertaba por miedo a lo que podría suceder si no lo hacia. Supongo que ni me miraba al espejo ni perdía el tiempo en cosas así, para no tener que darme explicaciones por lo que me estaba haciendo, aunque sabia como eran las cosas también me engañaba. Cada día eran copias de los anteriores, tenia que cambiar mi cara, eso si, la maquillaba con una falsa sonrisa, y mostrar alegría; para hacer alquimia y convertir la amargura en risa.

Cuando miraba a mi alrededor, tenia la impresión de que la mayoría o algunos pocos sentían lo mismo que yo -ya era normal-, y por lo tanto tenia que seguir metiéndome la cuchara en la boca hasta que terminara la botella y que al final un día estaría curada. Continué así durante bastante tiempo, no sabía decir exactamente cuánto; se pasaba muy rápido o lento, no se ya: perdía la noción del tiempo. En qué día estaba y en qué año ya no me importaba. Me empeñaba en creer en cosas que sabia que eran mentira, pero, ¡ja! ¡Qué gracia! De alguna forma me hacían feliz.

Seguí así durante mucho tiempo llevándome la cuchara a la boca y sintiendo el sabor repugnante de aquel brebaje, y un día se me hizo obvio, que como tantas veces, cuando me acabara una botella vendría otra.

Cuando me ponía a pensar, entre espada y la pared, qué seria mejor y qué no,  llegaba a la conclusión de que tenia que buscar otro camino. Tenia que re-inventarme.

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Maira Gall